Lluïsa Vidal y el modernismo catalán

Lluïsa Vidal (1876-1918) formó parte de la generación joven de artistas modernistas catalanes. En su época pocas mujeres podían destacarse en el arte. Le favoreció el hecho de ser hija del mueblista Francesc Vida, que la educó para que pudiera mantenerse de forma autónoma. Recibió una sólida formación artística, sus profesores de música fueron Granados, Albéniz y Casals y participaba a las fiestas modernistas organizadas por Rusiñol. Además de pintora, dibujante e ilustradora, fue una gran retratista, ya que captaba el estado emocional del retratado. A los diecisiete años estudiará pintura con Mas y Fontdevila, considerado uno de los mejores pintores del periodo. Lluïsa acompañó a su padre a Madrid y visitaron el Museo del Prado, quedó enamorada de la obra de los pintores Velázquez y Goya, pintores que le influyeron en su primera etapa artística. Su pintura es vibrante, de trazo seguro y de pinceladas atrevidas.

Se trata de una de las pocas mujeres que pudo dedicarse profesionalmente a la pintura y vivir de ella.

En 1898, con veintidós años, exponía por primera vez su obra públicamente en la IV Exposición de Bellas Artes e Industrias Artísticas de Barcelona recibiendo una cálida acogida por la crítica que definiría su obra como muy “viril”, adjetivo con el que pretendían alabar su talento cercano al de un hombre. Allí estaban expuestos cuadros de los conocidos autores Casas, Santiago Rusiñol, Brull  o Joaquín Mir.  Allí fue premiada con una mención honorífica. A partir del éxito de aquella primera exposición oficial, los críticos comenzaron a reseñar en serio su trabajo , ya que en pocos meses mostró su obra en otras exposiciones, dos de ellas de retratos, comenzando así su carreta artística profesional.

En abril, colgó tres retratos al óleo en la IV Exposición de Bellas Artes e Industrias Artísticas de Barcelona,

Lluïsa fue la única pintora española de la época, que completó sus estudios en París. Viajó sola, en una época donde las mujeres jamás viajaban solas. Se instalaría en París,  a principios de junio de 1901. Allí conoció a Henri Léopold Lévy, un pintor academicista con quién fraguó una buena amistad, el le presentó a la vanguardia del momento. En 1902 se matriculó en la Acádemie Julien, la única escuela que aceptaba alumnas, sin embargo, la pintora no se adaptó a la mecánica del centro y viajó a Londres, donde entró en contacto con artistas ingleses y disfrutó de los museos de la City, retornó a París donde terminó escogiendo la Academia del pintor Georges Humbert como nuevo lugar de estudios. Lluïsa pasaba mucho tiempo en el Louvre, observando y copiando las obras de arte de la gran pinacoteca, o paseando por los jardines parisinos para captar la esencia que diera vida a alguna de sus obras.

Además de dedicar su tiempo al arte, Lluïsa entró en contacto con el feminismo que hervía por aquel entonces en muchos lugares de Europa.

En 1903,  la familia la  llamó para que volviera a Barcelona. Lo hizo, con un montón de obras. A partir de esa fecha se dedicó a preparar una exposición tras otra.  Retornará a exponer en la Sala Parés, ocupando el espacio central. Y en septiembre del mismo año  Pèl & Ploma publicó ocho reproducciones de sus obras más recientes y diversos dibujos y estudios. Lluïsa fue perfeccionando su técnica y acercándose al retrato gracias a las pinturas que realizó a los miembros de su propia familia.

Pero en1905 una serie de acontecimientos adversos frenan su carrera y cambia su rumbo. Su hermana Carlota muere de  viruela -ella le pinta este retrato idealizado- quedando la familia hundida. Ese mismo año envía un cuadro al Salón de París que es rechazado. en 1906 el padre de LLuïsa se desmorona física y emocionalmente. Todo ello le impide pintar por un tiempo. Con la situación económica familiar al límite, ella sostiene a la familia pintando y dando clases particulares de arte en su estudio, y debido a ello, su producción creativa se resiente.

En 1913 abrió una Academia en la Calle Grande de Gracia donde impartía cursos de modelado en yeso, decoración, acuarela, dibujo y pintura con modelos y continuaba pintando retratos. Al mismo tiempo colaboraba de forma mensual en la revista «Feminal» mediante sus ilustraciones.

La suya fue una vida breve pero intensa pues dejó de existir en 1918 a los 42años, víctima de la mortal epidemia de gripe. Tras su muerte, la Sala Parés montó una gran exposición retrospectiva aunque no pudo impedir que la artista seguidamente cayera en el olvido… Hasta tal punto que ni siquiera la citan en algunos capítulos del Modernismo Catalán.

Un Modernismo en femenino: Vidal pertenece a la segunda etapa del Modernismo (al igual que Nonell), aunque más aunque más cercana de la primera etapa, como Ramón Casas o Santiago Rusiñol.

Lluisa se libró de entrar en la llamada ‘pintura femenina’, que solía limitarse a las flores y a los bodegones, para optar por la persona, protagonista de sus pinturas, retratando la gente de su entorno. Sus obras sobresalientes plasman la vida diaria de las mujeres: la colada, el cortejo, los momentos de ocio.

Sus pinturas eligen unas protagonistas femeninas muy lejos de las captadas por sus compañeros, ya que las de Vidal prescinden de cualquier tipo de erotismo, a diferencia de las escogidas por los pintores modernistas.

Huyó de los estereotipos de género, por ello, los críticos queriendo elogiarla, paradójicamente, tachaban su producción de ‘masculina’ y ‘dura’, a pesar de que en su pintura de género presenta con naturalidad la vida cotidiana de la condición femenina. Lluïsa Vidal, una de las pocas artistas presentes en las colecciones del Museo Nacional de Arte de Cataluña, se reconfirma otra mujer valiente en el universo del Arte, que contribuyó al enriquecimiento del vasto panorama cultural al alternar su carrera artística con la docencia en una academia femenina de dibujo y pintura, creada por ella. A raíz de su implicación en el movimiento feminista europeo de su etapa parisina, la idea de colaborar e impulsar el aprendizaje de la mujer no la abandonó nunca

Algunas de sus obras